jueves, 11 de noviembre de 2010

El sobre rojo

Reproduzco a continuación un texto de un alumno sobre un corto de Marcel Marceu llamado El bailarín de tango. Suelo pedirles trabajos vivenciales sobre exposiciones y audiovisuales. Este, en especial, me ha parecido muy significativo. Fabio es del I Semestre de Artes Plásticas de la FEDA de LUZ.


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Fabio Bonfanti

                Me limito a verlo en sus ojos, miro sus pisadas de garza, su aire solemne, pero sobre todo el sobre rojo que yace allí. Veo que lo recoge asumiendo una postura ingenua con su mano pálida apoyada en su pantalón negro, y  huele el sobre como si llevara frutas por dentro. Su forma al caminar, salpica lo poco que queda de esta milonga.  Se aleja de mí, mientras su rostro arrogante mira a su alrededor. La muchedumbre espantosa, las paredes desgastadas de ladrillos rojos, el mazacote del sudor de las damas de alcantarilla, las barbas blancas mojadas de cerveza, y el chaleco negro del atiende-bar malhumorado.

                La silla de madera pesada toma de la mano a mi falda roja, que al parecer se quiere quedar allí. Logro zafarme de la silla, aunque con un hueco en la falda, y me tiro al río pegajoso de esta milonga. Él, se acomoda sutilmente en la pared apoyándose al poste pulcro con su brazo tambaleante, y antes de los soplos del bandoneón, saca un cigarro elegante y se lo fuma contaminando con una serpiente de humo el techo de madera de bambú. Me acerco, zapateando con los tacones altos, el pelo amarrado y la mirada desesperada en busca del sobre que descansa en su pantalón. La sensación de intriga, los movimientos de su forma, la mirada, atizan mi corazón y carcome mi serenidad.

                Al ritmo porteño del bandoneón, voy zigzagueando la gente, y me amortiguo en mi seguridad. Me río un poco por su mirada galante, y su reacción al verme llegar. Me río aun, y esta vez más en serio por sus pasitos de garza apurada, como si le quemara el suelo. En este momento, se acerca a mí. Me toma con sus brazos tensos, su mirada brusca escudriñándome los ojos. Yo me suelto el cabello y me entrego a él cuando el piano comienza hacer resonancia en las cuatros paredes, y la melodía de los otros instrumentos me hace sentir en el corazón de Argentina.

                La música da vueltas sobre nuestros pies y sube hasta mi falda volando por los aires con los brinquillos ingenuos que alimentan mi emoción. La garza ahora conmigo bailando tango. ¡Ja! perfecto condimento para el humor.

                Con sus manos fuertes apretando a las mías, de a poco se me va olvidando el sobre. Pero comienzo acariciándole el pelo, sobándole la oreja, decidiéndome, hasta que como una araña que camina en la cornisa de una tela, voy moviendo mis piececitos, reservando  aún el veneno. Logro sostener el sobre pero enseguida se da cuenta y me arrebate las manos. La tensión sube por mis músculos, y lo vuelvo a intentar, esta vez le inyecto sin compasión mi veneno de mujer…

                Tanto esfuerzo para una sola patadita en mi torso, allí arribita, donde yace mi corazón.

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